Introducción
Recientemente, en un ágape con colegas de prensa, una periodista portuguesa descubrió un ingrediente en el menú que no entendía: cabeza roja. Este pez, también conocido como escórpora, fue descrito por el maestro de este restaurante de la siguiente manera: «Es un pez muy feo, con muchas espinas y con veneno tóxico, que vive en el fondo del mar». En toda la descripción, no había ninguna referencia a la gastronomía, ni nada que despertara el apetito frente a ese pescado desconocido para la periodista portuguesa.
Nombres propios de bares y restaurantes
Pero esto me hizo pensar en una cuestión que me ha rondado por la cabeza durante años: los nombres propios de bares y restaurantes. Parece que hay cierta tendencia a ponerle nombres despectivos, nombres que no evocan nada agradable, sino todo lo contrario, nombres que son insultos o palabras que hacen referencia a cosas negativas. Es una lástima que no pueda mencionar todos los nombres que he ido recopilando con cuidado para no ofender a nadie, ni juzgar el vino por la etiqueta, pero intentaré poner algunos ejemplos donde cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.
¿A quién le gustaría ir a comer a un lugar que se llama restaurante Los platos quemados o L’Esquerp del Port, en el bar Llardós o en el bar Salmón Nel·la, en la tarea Can Carallot o en la de Josep Frustració? A mí, a primera vista, me cuesta. Podemos culpar a la lectura de demasiadas proposiciones de Wittgenstein o podemos pensar que no tiene mucho sentido utilizar nombres que evoquen escenas o cosas que vayan en contra del acto gastronómico.
No todo debe remitir a los placeres de la lengua y tenemos ejemplos fantásticos de nombres neutros, como 035 o 14 de la Rosa, que juegan con el nombre de la dirección donde están situados, y otros que establecen una coherencia con lo que ofrecen, como Món Vínic o Muysca, o con algún objeto de su interior, como el Bar Torpedo. También hay sitios que simplemente se llaman Siberia y tienen un logotipo helado, y ofrecen unos buenos menús del día.
Sin embargo, lo de poner nombres despectivos no es nada nuevo. Yo nunca fui porque cerró cuando sólo tenía 6 años, pero sé que hubo un gran restaurante en el paseo de Gràcia con Rosselló que se llamaba La Punyalada (1927-1998), que así lo rebautizaron los clientes de ‘Olímpic Bar, quizá porque les parecía demasiado neutro. Sin embargo, hacemos una reflexión para evitar tener la ciudad llena de nombres estrambóticos que más que lugares de hostelería parecen salidos de una novela de mala historia ambientada en la Edad Media.