Un panorama teatral vibrant
Os iba a decir “No se despiste”, porque cuando se publique esta crítica quedarán sólo cinco funciones. Pero acabo de ver que todas las entradas ya están agotadas. El drama contemporáneo del teatro catalán. Unos mueren de éxito, otros mueren de asco. Es un poco lo que el otro día declaró Ramon Madaula en Ràdio Estel, aunque nuestra solución vendría a ser un poco diferente. El dramaturgo Davide Carnevali ha estrenado Retrato del artista muerto en Lliure de Gràcia, un monólogo protagonizado por Sergi Torrecilla. O lo que vendría a ser lo mismo: un actor valenciano nos habla de la dictadura argentina bajo la mirada de un autor italiano.
El teatro documental: una perspectiva subjetiva
El género documental nunca es objetivo ni fiable, como muy bien nos demostró la escritora e investigadora Mercè Ibarz hablando de Luis Buñuel y Las Hurdes, tierra sin pan (1933). El teatro documental adopta a menudo el formato de conferencia (performativa, evidentemente), tomando una o varias de sus premisas: el orador habla en primera persona y se dirige directamente al público (rompiendo la cuarta pared), existen proyecciones audiovisuales o testimonios gráficos que ilustran lo que se explica, y se utiliza un tono supuestamente neutro o divulgativo. Pero no debemos olvidar que el escenario es el lugar de la ficción y que todos los actores mienten por definición. Aunque utilicen su nombre real.
La frontera entre realidad y ficción
Lo más interesante de este Retrato del artista muerto es la forma en que se desdibuja la frontera entre realidad y ficción. Sergi Torrecilla aparece en escena llevando una camiseta de La Ruta 40 (su compañía teatral), y nos habla de su relación profesional con Argentina y su teatro. La familia del actor es castellanohablante, y nos explica que para él las lenguas de la ficción son el catalán y el argentino, por su particular prosodia. Torrecilla nos habla de ancianos republicanos, abuelos falangistas y de almuerzos de Navidad donde reinaba el silencio más incómodo. Sin saber muy bien cómo, llega un momento que ya nos hemos sumergido en la ficción: como aquel movimiento de cámara de Vanya on 42nd Street (Louis Malle, 1994), donde nos dimos cuenta de que ya no estábamos oyendo las conversaciones intrascendentes de los actores, sino las palabras de Chéjov.
La reconstrucción de la verdad
Las cartas, llamadas, mapas y aire de detective privado que tiene Torrecilla en algunos momentos del espectáculo me hicieron pensar en Asesinato de un fotógrafo, el monólogo de Pablo Rosal que nos recordaba que toda escena de un crimen es siempre una puesta en escena. Hay un momento, casi mágico, en el que la silueta del actor se refleja en las fotografías que están siendo proyectadas. “Toda reconstrucción es una ficción”, nos dice Carnevali, en una historia a caballo de dos momentos históricos: España’ 1939 y Argentina’ 1978. Dos desaparecidos, confusiones de nombres, búsquedas familiares y pisos de Airbn’b que pretenden dar la sensación de un hogar. Escenografía de chapa evidente (diseño de Charlotte Pistorius) y cajas grandes de madera con el sello del Piccolo de Milán, el teatro coproductor del espectáculo. Davide Carnevali ha representado previamente este espectáculo en Alemania, Francia e Italia, adaptando el texto a cada intérprete que lo ha protagonizado.
Una experiencia intensa
No sé si fue a causa de mi cansancio del viernes por la noche (y el de toda la semana), pero me costó seguir un texto que llega a sobrepasar, en muchos momentos, por el alud de información y datos que no paramos de recibir. Es lo que, si estuviéramos hablando de un libro, nos detendríamos un instante y releeríamos las dos últimas páginas. Memoria y mentira, nombres reales y seudónimos, Dachau, Argelers, El Camp de la Bota y robos de bebés (a ambos lados del Atlántico). Todo esto (y más) cabe dentro de una función que, también de una forma muy hábil, ocurre con gran naturalidad del teatro en el museo. El poder de las cartelas explicativas.
Una oportunidad perdida
Es una lástima que este Retrato del artista muerto, el último espectáculo programado por Juan Carlos Martel al frente del Lliure, haya tenido una vida de sólo ocho funciones. Cosas que pasan en el teatro de Barcelona. Estaría muy bien que girara por Catalunya: quien más quien menos tiene abuelos falangistas, republicanos o familiares o conocidos que emigraron a Argentina. Pero nuestro ecosistema teatral tiene estas cosas: producimos, producimos, que el mundo termina. Que las cosas nazcan y mueran sin cesar. “Y, sobre todo, ¡que no giren!”, parece que piensen algunos políticos y programadores. A veces tengo la sensación de que existe una especie de Club Bilderberg catalán, maligno y secreto, que se preocupa de que todos los catalanes vean sólo un cierto tipo de espectáculos. No sea que les hiciéramos apretar la cabeza.