Una entrada impactante
La talentosa artista canadiense hizo su aparición en el escenario y comenzó su concierto tres minutos antes de lo previsto, cuando aún quedaba un buen número de asistentes ingresando al local. Este inicio contundente evocó sus primeros pasos en la música durante los años noventa, cuando la industria buscaba con intensidad una cantante de jazz de descendencia caucásica, un ámbito históricamente liderado por voces afroamericanas. Por si fuera poco, si ella tocaba el piano, aún mejor… Décadas después, su asombroso éxito, con 15 millones de copias vendidas y una multitud de galardones internacionales obtenidos, le garantizan honorarios sustanciales. Sin embargo, la producción musical reciente ha carecido de innovación y arriesgamiento, convirtiéndose en un estilo conservador y repetitivo, manteniéndose dentro de los márgenes del género y estirando en exceso aquellas letras que giran en torno al mito -simplista y naïf- del amor romántico.
El inicio del concierto
El primer tema de la noche, “Almost like being in love”, es un estándar que forma parte de su último álbum titulado “This Dream of You”. Con una voz suave y una cadencia calmada, la interpretación parecía querer recrear el ambiente acogedor de un cabaret o un club nocturno, una sensación que se vio reforzada por la cálida iluminación en tonos rojos y lilas. A pesar de la humedad que la obligaba a acomodar su cabello con frecuencia, la ejecución del concierto mostró una fuerte seguridad, liberando un jazz modal de gran intensidad, impulsado por improvisaciones intrigantes y ritmos sinuosos en clásicos como “All or nothing at all”, “I’ve got you under my skin” y “Let’s fall in Love”, todos ampliamente reconocidos gracias a Frank Sinatra, quien es indudablemente una de sus más grandes influencias. Acompañaban a la artista en esta gira española, el baterista Matt Chamberlain y el contrabajista Sebastian Steinberg, ambos con experiencia previa en el rock alternativo estadounidense. Esta sólida trayectoria los posiciona como excelentes compañeros de escena, siendo especialmente destacado el trabajo de Steinberg, quien rápidamente cautivó al público con su sofisticación y la destreza de sus recursos.
Sola bajo la luna
Después de una primera parte llena de energía que se prolongó durante unos 45 minutos, los músicos que la acompañaban abandonaron el escenario, dejando a la diva sola y deslumbrada bajo la luna llena que surgía por el este. Esta presentación en solitario le brindó la oportunidad de interpretar algunas canciones icónicas inspiradas en nuestro satélite natural, como “It’s only a Paper Moon”, “Moonglow” y, por supuesto, “Fly me to the Moon”. Este pequeño homenaje a la luna creó un momento propicio de comunión emocional con el público, aunque en ocasiones la cantante parecía distante, casi ajena, y en un estado de ensueño, especialmente al interactuar con la audiencia, con un tono neutro a lo que uno podría comparar con las indicaciones de seguridad de una azafata de vuelo. Su poderosa voz de contralto tiene la capacidad de llenar cada interpretación, pero las variaciones en la entrega se volvían excesivamente similares y monótonas de una canción a otra, mientras los solos de piano que solían ser enérgicos se tornaron más predecibles y escasos en expresividad.
Una fluidez decreciente
Con el avance de la noche, el ritmo del espectáculo parecía ir disminuyendo y perdiendo potencia. La sección final del concierto, sin duda, presentó momentos de caída en la energía y desvinculación, a pesar del enorme potencial de su repertorio, que incluyó “Mr. Soul” de Neil Young, “Simple Twist of Fate” de Bob Dylan y clásicos del cancionero ragtime de Irving Berlin, como “How deep is the ocean” y “Let’s face the music and dance”. La falta de variedad timbrística y armónica, así como la desaceleración del tempo, resultaron evidentes, con pasajes que decayeron a ritmos casi sedantes de pesadez.
Un intento de reconexión
Es cierto que los ruidos persistentes de la vajilla acumulándose en las barras cercanas no ayudaban a la atmósfera, pero también es verdad que su intento de conectar con el público en este jazz club imaginario no terminaba de fructificar, afectada por un volumen moderado, ritmos lentos y melodías arrastradas, todas a menudo centradas en la recurrente palabra ‘amor’. Aparte de algunos gritos aislados de incondicionales fans, se percibía una sensación de frialdad en la audiencia, que no lograba encenderse ni conectar con la cantante. Mientras algunos espectadores optaban por retirarse, dándole la espalda a la artista, a pesar de la noche apacible que se disfrutaba.
Un bis que llega tarde
Sin embargo, la artista intentó una revitalización en un bis que resultó vibrante, ágil e inspirado, comenzando con “Take it with me” de Tom Waits, haciendo incluso una referencia a la característicamente gutural lírica del cantautor californiano. Finalmente, la actuación culminó después de un considerable tiempo de 1 hora y 45 minutos con “Ophelia”, un antiguo himno de The Band, interpretado en un registro festivo y animado. Pero, lamentablemente, ya era demasiado tarde, tanto en términos de tiempo como de posibilidad de redención.