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La alquimia del idilio y la ambición del amor

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una massa d'aigua envoltada d'arbres i herba al mig d'una zona de bosc amb un ocell volant sobre l'aigua, Boleslaw Cybis, llac, pintura mat, romanticisme alemany

Un encuentro con uno mismo y con el mundo

El idilio es un estado anímico que puede ser descrito como una cabeza llena de gorriones, una hiperconcentración que hace sentir inmortal. Es una alquimia mimética, una abstracción del mundo y un encuentro con uno mismo. En este estado, el vientre remueve una sed y un hambre que ni el agua ni la comida pueden satisfacer por completo. Todo lo que trae calma es lo mismo que lleva agitación. Danzando entre la ilusión y la agonía, las mariposas del amor romántico pueden convertirse en un peso. Lo que hoy te hace suspirar puede ser lo que te ahogue mañana. El amor ataca al núcleo de la paradoja y convierte todo en un espejo antagónico.

El otro como eje ordenador

En ese estado de romance, el otro se convierte en un eje ordenador. Es el deseo que tenemos sobre el otro, el que proyectamos en él. Entre la ambición sumisa y la sumisión ambiciosa, encontramos el equilibrio. Pero nunca sabemos hasta que punto nuestro equilibrio está en manos del otro. Las estructuras morales se hacen blandas cuando perder el sendero parece el camino más comprensible. Perder la razón que nos hace humanos nos humaniza aún más. El tira y afloja de antagónicos tiene el poder de atrapar silenciosamente.

La eternidad del amor

Este estado perenne nos hace entender la eternidad con mayor detalle. Todo toma lógica en este rompecabezas ilógico. A veces, parece que lo único que decido es si cruzar la cuerda floja, si dejarme tragar por el remolino de contrarios. Si me predispongo a dejarme herir de nuevo, si he puesto la voluntad suficiente para resignificar las heridas de la vida o si cada cicatriz me acerca un poco más a la muerte. Merece la pena ponderar si vale la alegría, si quiero hacerme este enésimo gesto generoso o si ya he dejado que mi paz esté hecha de proteccionismo y voluntad de supervivencia. Merece la pena amar la vida o aprender a deshacerme de ella.

El idilio inevitable

Cuando el idilio parece inevitable, todas las consideraciones medidas pierden fuerza y ​​sentido. Éste es el espíritu que se encuentra detrás de los sonetos de Shakespeare, el hombre que lo inventó todo. Hay un momento en el que queremos volar y por eso nos dejamos caer. Nos arriesgamos a perder el equilibrio caminando por la cuerda floja porque, en nombre del otro, precipitarnos de uno u otro lado siempre parece deseable. Con los sentidos dormidos, vivimos el momento más despiertos. Todo es tan abrumadoramente excitante que, al otro lado de la imitación, del espejo, preferiríamos que nunca hubiera pasado. Hay días en que el dominio que le damos al otro es tal que preferiríamos que no existiera, pero el amor existe. Lo daríamos todo, jugaríamos todo, porque cuando lo hemos probado, nos damos cuenta de que es una de las pocas cosas que nos hacen aceptar la vida.

La condena y la salvación

Este estado perenne es el que nos hace entender con mayor detalle la eternidad. Azar y destino, todo toma lógica en este rompecabezas ilógico. A veces parece que lo único que verdaderamente decido es si cruzo la cuerda floja, si tomo el riesgo de dejarme tragar por ese remolino de contrarios. Si me predispongo el alma para dejarme herir de nuevo, si he puesto voluntad suficiente para resignificar las heridas a consecuencia de la vida o si pienso que cada llaga me acerca un poco más a la muerte. Si vale la pena, que en este caso es lo mismo que ponderar si vale la alegría. Si quiero hacerme ese enésimo gesto generoso o si ya he dejado que mi paz esté hecha de proteccionismo, de voluntad de supervivencia. Si amar la vida es amar a este hombre o aprender a deshacerme de él. Toda consideración medida pierde fuerza y ​​sentido cuando el romance ya parece inevitable. Éste es el espíritu que hay detrás de todos y cada uno de los sonetos de Shakespeare, el hombre que se lo inventó todo. Hay un momento en el que quiero volar, y por eso me dejo caer. Me arriesgo a perder el equilibrio caminando por la cuerda floja porque, en nombre del otro, precipitarme de uno u otro lado ya se me hace siempre deseable. El amor es bien bendecido; tú ya puedes ir haciendo: él de tus actos nunca piensa mal. Con los sentidos dormidos, vivo mi momento más despierto. Todo es tan sobreexcitantemente abrumador que al otro lado de la imitación, del espejo, creo que preferiría que nunca me hubiera pasado. Hay días en que el dominio que le entrego es tal que preferiría que no existiera, pero el amor existe; lo darías todo, te jugarías todo, porque cuando lo has probado te das cuenta de que es una de las pocas cosas que hacen aceptar la vida.

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