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La fascinante historia de Tor: una serie que cautiva a millones de espectadores

by PREMIUM.CAT
un castell enfilat en una muntanya amb una vall al fons i muntanyes a la llunyania amb un cel blau, Bernie D'Andrea, mapes de to, una pintura mat detallada, romànic

La exitosa serie que ha conquistado a los catalanes

La cadencia rota con la que Carles Porta cerró el último episodio de Tor, todavía con la incógnita irresuelta de quién mató a Sansa, es parte del éxito de una serie que ha cautivado a millones de espectadores en Cataluña. La gracia de este producto radica en la sabiduría con la que nuestro cronista mortuorio nacional ha gestionado la falta de sentencia, extendiendo la tentación del chivo expiatorio a casi todos los habitantes de este pueblecito del Pallars Sobirà que, con su particular antropología selvática, manifiestan que cualquiera puede tener buenos motivos para acabar cargándose a alguien. Pero Tor ha triunfado sobre todo porque (a diferencia de Crims, una obra destinada a admirar la pericia investigadora de los Mossos) su autor ha situado a Catalunya en el rol de jurado popular. Los catalanes, sobre todo sus políticos, llevan años recibiendo acusaciones de todo cristo; finalmente, hemos podido hacer de justicieros.

Una serie que dignifica a los personajes locales

A diferencia de productos pasados de rosca como El Foraster —que trata a la gente del campo como si fueran un montón de memos asilvestrados, pura carne de monólogo—, Tor ha dignificado a una serie de vecinos de piel adusta, mirada perdida y ética de pura subsistencia, conectándolos con la esencia de mitos que encontramos en Els sots feréstecs, Solitud o La punyalada. De hecho, la condición de jurado popular siempre acaba haciendo parada en Estocolmo, porque en un entorno como este (que a los barceloneses les parece muy camaco, pero en el que no durarían ni una sola noche) es muy lógico que te entren ganas de matar a peña. El éxito de esta serie tiene cierta coña, porque demuestra que a los conciudadanos siempre les entran erecciones cuando se les plantea una historia vertebrada por el amor exacerbado a la tierra, por muy inhóspita que sea. Pon a los mismos personajes en el Eixample y ni Dios habría mostrado tanto interés.

Una visión diferente de la violencia

En casa también nos hemos divertido revirtiendo la historia de los catalanes —víctimas de los fiscales de Vox y de una judicatura muy facha— y adquiriendo por primera vez la potestad de la justicia. Nuestra primera opción siempre han sido los hippies, porque los comunistas siempre traen muerte y destrucción dondequiera que vayan. A su vez, hemos exonerado al extraordinario Palanca, ya que —con un hegelianismo de pacotilla— opinamos que ni él ni Sansa habrían podido sobrevivir sin su rivalidad ancestral. Juzgar sobre las intenciones de un asesino siempre te provoca un calorcito, porque nos pone en la piel argumental de un criminal sin tener que compartir sus fechorías. A su vez, mientras especulamos sobre un asesinato, acabamos constatando que incluso las acciones más terribles pueden tener motivos perfectamente racionales. Si somos una nación como Dios manda, también reclamamos disponer de asesinos.

El deseo de continuar la serie

De hecho, yo deseo que Carles Porta pueda continuar su tarea criminóloga por todo el país, porque necesitamos asesinos catalanes como agua de mayo. Este pueblo nuestro es demasiado de gente de paz, de ‘ni un paper al terra’ y etcétera. Ha tenido que venir este notable cronista para recordarnos que podemos ser igual de hijos de puta que los narcos colombianos y las mafias harlemitas. Ahora que hemos entrado de lleno en el terreno de la violencia, yo, de ser director de TV3, encargaría a Porta una serie documental sobre nuestros malhechores más ilustres, desde nuestros magníficos reyes genocidas hasta los anarquistas de la FAI. Sería algo grandioso, y así provocaríamos que la juventud creciera imbuida del virus de la violencia (no como nosotros, que entramos de pleno en el procesismo con esa mandanga del Dragui). Ahora que somos jurados popular, debemos ir un paso más allá y reivindicar a los sanguinarios nacionales.

Conclusión

La serie Tor ha logrado cautivar a millones de espectadores en Cataluña gracias a su cadencia rota, su enfoque en el rol de jurado popular y su visión diferente de la violencia. Dignificando a los personajes locales y explorando los motivos racionales detrás de los actos más terribles, la serie ha despertado el interés y la fascinación del público. Carles Porta, el cronista mortuorio nacional, ha logrado gestionar la falta de sentencia de manera magistral, extendiendo la tentación del chivo expiatorio a todos los habitantes del Pallars Sobirà. Sin duda, Tor es una serie que ha dejado huella en la televisión catalana y ha demostrado que la violencia y la justicia pueden ser temas apasionantes para el público.

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