Introducción
Aquellos que de una forma u otra nos dedicamos a la Biblia, decimos a menudo que el primer mandamiento (o mejor dicho, la primera palabra de salvación del decálogo) es «Shemá, Israel», es decir, «Escucha, Israel» (Dt 6,4).
La importancia de la escucha
¿Cómo conocer la voluntad del Padre, su plan de felicidad para el ser humano, sus hijos, si no escuchamos su Palabra? Por tanto, la escucha de la Palabra resulta indispensable, un poco como estudiar el mapa y observar la brújula, si queremos llegar al objetivo deseado: ser felices aquí y, a la vez, caminar hacia nuestra Tierra Prometida, la felicidad plena .
La familia espiritual de Jesús
Es en este contexto que mejor podemos comprender un pasaje que suele confundirnos. Nos relata el evangelista Lucas (8,19-21) que «la madre y los hermanos de Jesús fueron a encontrarlo» (parientes) y alguien avisa a Jesús de que le buscan y quieren verlo. A lo que Jesús, según el evangelista Mateo (12,46-50) abre un interrogante: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?»
A priori esto parece todo un desaire. Pero, ¿es posible que Jesús menosprecie a su Madre María? Jesús todo bondad y misericordia que conocemos no despreciaría a su madre. ¡No es posible!
Pero entonces, si no es posible, si debemos descartar esa posibilidad, ¿cómo encontrar una salida a este dilema? Veamos qué más dice Jesús: «El que hace la voluntad de mi Padre del cielo, éste es mi hermano, mi hermana, mi madre.»
De ninguna manera nos dice que su Madre no escucha ni cumple la Palabra de Dios y que, por tanto, queda excluida de «su familia espiritual». Al contrario, Jesús no reduce, limita ni excluye. Lo que Jesús hace, en clara coherencia con el «Shemán-Escucha», es ampliar su familia a todos aquellos que escuchan la Palabra de Dios.
Conclusión
Una vez más, la conexión entre el Antiguo Testamento y el Nuevo nos permite encontrar claves de comprensión que nos sacan de «callejones sin salida».
