La Verdad Escondida

La Incomprensión de la Realidad

No os cuento esto para que me podáis entender, porque no hay nada que entender. Ni siquiera para mendigar un poco de empatía, ni para “dar explicaciones” que dicen. No soporto a la gente que “da explicaciones”, porque víctimas y verdugos, hoy, aquí, delante de mí y en mi casa, se mezclan de manera tan sutil y tan natural que es imposible distinguir a uno del otro.

Me da igual lo que piensa, “pensar hace de burro” decían los campesinos de mi pueblo. Me da igual igual qué parte de ustedes admiréis, porque sé que el instinto de supervivencia le obliga a adornar con flores y guirnaldas la imagen de lo que realmente sois. Y me encantaría, lo reconozco, ver sus remordimientos pequeños pequeños arrugados entre las sábanas susurrándose antes de ir a dormir nombres y fechas concretas.

La Dualidad de la Existencia

El mal y el bien no existen. Sé que he estropeado la vida de individuos que no conozco, ni conoceré nunca, sé que alguien en algún sitio muy remoto de cualquier geografía me ha hecho el hombre más afortunado del barrio. Es así como se transmite todo, sin orden ni concierto, sin voluntad alguna de hacer el mal o el bien, porque ni el mal y el bien existen, ¿lo has entendido bien, chico?

Ésta fue la pregunta que no paraba de repetirme el alcalde mientras me cogía por el cuello. ¿Lo has entendido, chico, o te lo repito más despacio?

Habíamos esperado pacientemente toda la noche. “Tú no sufras que no es tu responsabilidad. Mañana a primera hora, quiero que me rompas la cara.” Y fui obediente, vosotros también lo habría sido.

La Realidad de las Acciones

Y le espeté con los puños y con los codos y cuando la sangre marrón le chorreaba por las mejillas y la niña empezó a chillar, huimos con el coche mal aparcado mientras las heridas del alcalde quedaban inmortalizadas en todas las pantallas del país. Vosotros tampoco daríais explicaciones, él ganó las elecciones que debía ganar, yo gané el sobre cerrado que tenía que ganar y ahora vosotros, que pierdan siempre y sólo se quejen, tendrán otra buena excusa preparada en el altar de la superioridad moral mientras sigue con estas vidas insignificantes de siempre.

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