Introducción
Es probable que los discípulos vivieran con Jesús situaciones de tormenta en el mar de Galilea similares a la que se describe en el evangelio. El relato tiene una estructura típica de la narración de un milagro. La descripción de la situación de necesidad: un temporal que hace temer al hundimiento de la barca. La petición: los discípulos piden a Jesús que les salve. El milagro: Jesús increpa el viento y le manda callar. La demostración del milagro: «El viento amainó y siguió una gran bonanza.» La reacción de los presentes: llenos de respeto se preguntan quién es Jesús que incluso “el viento y el mar le obedecen”.
El mar como símbolo
En tiempos de Jesús el mar era visto como un lugar tenebroso, donde reinaban las bestias y los espíritus del mal. El hecho de que Jesús increpe el mar nos recuerda a los exorcismos cuando Jesús ordena salir los espíritus malignos de los endemoniados y los hace callar. También ahora los espíritus del viento y las olas obedecen a la palabra de Jesús. Vemos de nuevo cómo Jesús es descrito con los mismos rasgos de Dios, como los que leemos en el Salmo 107,28-29 cuando unos comerciantes, que navegaban por el mar y tropezaron con una tormenta, llamaron al Señor para que los salvara. Dios después de ser implorado transforma el temporal en bonanza, apacigua las olas del mar y devuelve la calma.
La por i la manca de fe
Marcos incluye una frase que añade un sentido nuevo al milagro: el miedo y la falta de fe. Si los discípulos creyeran que Jesús es el salvador, el hijo de Dios, la resurrección y la vida, no tendrían miedo, a pesar de que Jesús “dormía” (la hija de Jairo y Lázaro también estaban “durmiendo”), porque sabrían que la muerte no tiene la última palabra. La muerte no es el fin de nada. Los creyentes viven para siempre a pesar de que llegue ese día. Marcos siempre relaciona la expresión «aquel día» con la muerte y la resurrección de Jesús: «aquel día» que el esposo les será tomado (Marcos 2,20), «aquel día» que «duerme» en la barca (Marco 4,35) y hasta “aquel día” que beba vino nuevo en el Reino de Dios (Marcos 14,35).
Las tormentas de la vida
Ciertamente muchas veces en la Iglesia, simbolizada por la barca, nos pasa como a los discípulos. Jesús parece estar “dormido”, mientras nosotros sufrimos una gran tormenta en nuestras vidas. Pero Jesús está ahí. Nunca nos deja solos. ¿Nos lo creemos? ¿O somos miedosos y todavía no confiamos en Jesús? Ciertamente que podemos tener grandes tormentas en nuestras vidas, de incredulidad, de debilidad y de no saber por dónde tirar, pero con Jesús llegan grandes bonanzas que nos harán mostrar gran respeto y amor por aquel “que hasta el viento y el mar obedecen”.