Reflexiones de una niña en el charco: entre recuerdos y deseos

Un espejo de agua y emociones

Con las botas hundidas en un charco, una niña observa su imagen reflejada. Su cabello desordenado, uñas decoradas con rotuladores y un vestido desfasado de mangas arrugadas componen una visión peculiar. Su rostro, lleno de pecas, es un mapa de recuerdos que no comprende del todo. De entre las pecas que cubren sus mejillas, una sensación de odio crece en su interior, sin saber por qué.

La sabiduría de la abuela

En contraste con sus sentimientos, la niña evoca la figura de su abuela, quien, la tarde anterior, le había llamado con un tono cálido y cariñoso. Sentada en la mecedora, con unas gafas de pasta roja, había empezado a contar las pecas de la niña con un entusiasmo sincero. ‘Tienes una más que ayer’, había dicho, con una sonrisa que le llenaba el corazón. La niña recuerda perfectamente cómo, en un intento de evitar el gesto cariñoso de la abuela, había buscado refugiarse entre sus brazos, rodeada del olor familiar de los platos que cocinaba.

El juego del reflejo

Con un gesto de desafío, la niña decide jugar con su reflejo, abriendo la boca e imitando a un león. El reflejo, como un rival decidido, responde con una mímica exacta, y así comienza un juego de muecas y gesticulaciones. Pero cuando la niña exige que pare, el reflejo se niega a ceder, y la frustración empieza a acumularse. En un impulso, levanta un pie y le golpea contra el agua, provocando una explosión de barro que transforma su mundo en un caos.

Llamando por la abuela

Con la ropa empapada y una rabia que crece, la niña se enfurece y salta, ignorada por su entorno. Su madre, distraída con el móvil, levanta la vista al oír el chillido de su hija, y los reproches comienzan a llover. ‘¿Eres burra o qué te pasa?’ pregunta la madre, mientras la niña, con un llanto descontrolado, llama por el nombre de su abuela. La desesperación se apodera de ella, y las palabras ‘Quiero la abuela’ se repiten como un mantra.

El peso del recuerdo

La madre, frustrada, intenta controlar la situación. ‘Si te vuelvo a sentir, te castigaré sin tele una semana’, advierte, pero las palabras se instalan en el aire, pesadas como piedras. La niña, con el corazón encogido, repite su demanda, ignorando la realidad que le rodea. ‘Tú no tienes abuela. ¡Murió mucho antes de que tú nacieras!’, estalla la madre, con una intensidad que hace que el mundo de la niña se detenga. Las pecas de la nariz de la madre se convierten en un recuerdo vivo, y la niña, en un momento de angustia, comprende que su odiada imagen reflejada es también una parte de sí misma.

Una realidad ineludible

Con las emociones a flor de piel y una confusión que le rodea, la niña se queda mirando su imagen, deseando poder cambiar lo que no entiende. Su lucha interna entre el amor por la abuela y el odio por sus pecas se transforma en un momento de reflexión profunda. Quizás las pecas no son más que un recuerdo del amor que la conectaba con su abuela, una forma de mantener viva su memoria en un mundo que avanza implacablemente.

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