Un Viaje a lo Alto
Recientemente, tuve la oportunidad de visitar Montserrat junto a Daniel. A pesar de compartir la experiencia, su rol parecía el de un observador de mi conexión con este lugar lleno de misticismo. La esencia de cualquier travesía espiritual, incluso si se realiza en coche y con gafas de sol, radica en cómo lo sensorial se entrelaza con lo espiritual de forma palpable. Las curvas del camino, ascendiendo hacia la montaña, hacen que uno aprecie la magnitud y la majestuosidad de la sierra. La ruta, marcada por un paisaje irregular de rocas, se convierte en un recordatorio de que vinimos en busca de algo significativo. Esta travesía asegura que alcancemos la cima con la percepción que solo la montaña puede despertar: casi como si ella misma fuera el destino de un regreso de un exilio interior.
La Búsqueda Espiritual
Siempre he encontrado curioso que, en nuestra cultura, aunque las imágenes de la Virgen son algo que ‘encontramos’, para venerarlas debemos buscarlas. En este misticismo rural que nos caracteriza, estas figuras se encuentran en santuarios, semiocultas. La espiritualidad cristiana sostiene que no existe coincidencia que no esté bajo el control de Dios; los eventos fortuitos son arte de su mano. Sin embargo, el culto que hemos desarrollado hacia las imágenes de la Virgen no depende de la casualidad. Las hallamos en las colinas, como si el esfuerzo por adentrarnos en lo agreste facilitara el acceso a nuestro propio espíritu. Las esculturas representan algo más grande que nosotros mismos y son un recordatorio de una fuerza que se encuentra más allá de nuestro control.
Misterios de Nuestra Existencia
Cada vez que estoy en Montserrat, la sensación de que detrás de cada pliegue, cada bache y cada forma rocosa, se esconde la solución a lo que no comprendemos sobre nuestra existencia es abrumadora. Es como si la montaña guardara las respuestas a los interrogantes que verdaderamente nos inquietan: ¿quiénes somos? ¿qué hacemos aquí? ¿cuál es la naturaleza de la fuerza que todo lo rige? Al entrar en la basílica, me impresiona el altar del Santísimo, obra de Josep Maria Subirachs, que se encuentra a la izquierda del sagrario.
Una Reflexión Profunda
Montse ratifica su eterna esencia, aunque siempre me provoca nuevas reflexiones. Nos sentamos ante aquel Cristo representado en vacíos, como si hubiera caído al suelo, y pensé en cómo refleja la montaña: detrás de su relieve hay una fuerza poderosa. La representación es austera y cruda, pero a través de este Cristo se nos muestra lo que realmente importa: su rostro, sus heridas, la llagas a su costado. No hay cruz visible, solamente la textura del sacrificio. Cada vez que me siento en esos bancos y contemplo la obra de Subirachs, siento la necesidad de entrelazar mi mano con la suya. Tal vez esa sea la esencia de la experiencia: todo lo que debemos descubrir con nuestros sentidos para comprenderlo, al igual que la montaña, cuya orografía invita a la contemplación. Miré a Daniel y pensé en cuán fascinante sería que él también se sintiera convocado a esta profundización.
El Camino de los Cirios
Continuamos nuestro recorrido siguiendo los azulejos que marcan el camino. En lugares sagrados, especialmente aquellos que tienen como centro a la Virgen, resuena un silencio que está impregnado de oraciones, promesas y agradecimientos. La Abadía de Montserrat se erige como un símbolo nacional y es un caso claro del laicismo cultural que observamos. En lugar de representar una desnaturalización del lugar o una fusión de lo civil con lo divino, es precisamente su simbolismo nacional lo que ha conseguido preservar su sacralidad. En un periodo histórico donde muchos catalanes se alejan de lo religioso, Montserrat se convierte en una ocasión para encender una vela, para considerar que podemos dirigirnos a una fuerza ordenadora, para reflexionar sobre la posibilidad de su existencia.
Momento de Conexión
Existen pensamientos que surgen solo cuando imaginamos que, al otro lado, hay alguien que escucha; alguien de quien no podemos escondernos. Encendemos velas porque la fuerza de la montaña nos recuerda que tenemos cosas que proteger. Ya sean creyentes o escépticos, tras las curvas del camino, luego de atravesar las protuberancias rocosas y haber buscado la imagen venerada, sobre esos sobresalientes la Virgen nos recuerda a quién amamos o a quién hemos amado; si es que el amor alguna vez termina. El silencio de Montserrat es el eco del renacer de muchas interioridades a lo largo de los siglos. La estructura de nuestro propio Sinaí está creada y moldeada para ser un cofre de nuestros tesoros más preciados, para invitarnos a confiarles y hacernos creer –o al menos dudar– que alguien está cuidando de ellos.