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La obra de Angélica Liddell y su polémica en Avignon

by PREMIUM.CAT
una dona amb un vestit negre davant d'un cofret amb una manta blanca a sobre, Brigid Derham, imatge promocional, retrat d'un personatge, unilalianisme

Una llegada provocadora a Barcelona

DÄMON, la obra de Angélica Liddell, hizo su entrada en el Festival Grec de Barcelona rodeada de controversia tras su presentación en Avignon. Durante la inauguración en el Palau dels Papes, la artista lanzó una dura crítica hacia los comentaristas que, según sus palabras, la atacan y menosprecian. Esta intervención fue seguida por una acusación formal de injurias públicas. Tras presenciar la representación en el Teatre Lliure, se puede afirmar que Liddell rápidamente aborda su comunicación con los críticos en los primeros momentos de la función. Se percibe que su discurso busca más desactivar prejuicios que provocar un actual descontento, especialmente dado que algunos la han etiquetado de repetitiva y egotista. En sus propias palabras, “Luego vomita sobre el público la hora de la feroz homilía”.

El silencio sobre la crítica local

En la representación barcelonesa, Liddell mantiene el énfasis en ciertos críticos franceses pero parece pasar por alto la crítica de origen catalán y español. Con la intención de reafirmar su postura, proyecta palabras que evidencian su rechazo ante cualquier intento de coartar la libertad artística: “¿Acaso el arte es cuestión de la policía?”. Es evidente que, por encima de sus pequeñas venganzas, su animosidad hacia la banalidad y la falta de escrúpulos de algunos periodistas se traduce en un homenaje al célebre cineasta sueco Ingmar Bergman, quien también tuvo sus desencuentros con la crítica y cuya respuesta a sus detractores fue desearles una eternidad en el infierno. En este sentido, Liddell hace notar que los críticos pueden ser efímeros, pero el legado de Bergman perdura.

La potencia de Liddell

La figura de Angélica Liddell, aunque marcada por sus tragedias personales, se manifiesta con fuerza gracias a un lenguaje provocador que ha alcanzado cumbres significativas en sus obras anteriores. En esta ocasión, su energía escénica destaca a través de las intensas inflexiones que emplea, subrayando la esencia del grotesco para conectar con la audiencia. La obra se desarrolla en un escenario cubierto con un profundo tono rojo, evocando las temáticas presentes en ‘Crits i murmuris’ y simbolizando la angustia del duelo relacionado con la muerte.

Un vistazo al espectáculo

Mientras la representación avanza, la creativa introduce una serie de imágenes inquietantes. En un momento particular, observamos figuras que parecen salidas directamente de su anterior obra ‘Una costilla sobre la mesa’, mientras se desarrolla un discurso que explora la decadencia del cuerpo humano. Entre el horror y la humanidad, Liddell incluye visiones de personas ancianas en sillas de ruedas y una niña que simboliza la pureza, así como figuras en negro que representan a los portadores de un ataúd, todos forjando una representación que es tanto perturbadora como reveladora.

El funeral simulado de Ingmar Bergman

Finalmente, se lleva a cabo una recreación del funeral del prolífico director Ingmar Bergman, fallecido el 30 de julio de 2007 en lo que muchos consideran la “hora del lobo”. Según especificaciones de Bergman, su deseo era que esta ceremonia imitara la del papa Juan Pablo II, quien ha estado presente en varias formas durante la representación. Un gran ataúd blanco es presentado en el escenario, rodeado por un conjunto de actores del Dramaten de Estocolmo, institución donde Bergman dejó un legado enriquecedor, mientras una violoncelista ofrece su interpretación de la ‘Sarabande de la Suite número 5’ de Johann Sebastian Bach, una de las referencias musicales más cercanas del cineasta.

Reflexiones sobre la vida

En unos momentos de profunda reflexión, Liddell nos confronta con la dura realidad de nuestra existencia. Con una mirada de desdén y compasión, comparte sobre la fragilidad de la vida, recordándonos que todos, en última instancia, estamos condenados al mismo destino, teniendo presente que el tiempo se encuentra en nuestra contra. Algunos demonios de los que atormentaban a Bergman parecen transitar su discurso, mientras ella entrelaza fragmentos de su trabajo e impresiones sobre las criaturas humanas, evocando citas memorables de los escritos de Bergman. La conexión profunda entre la artista y el director parece inquebrantable.

La voz inquietante de Angélica Liddell

A lo largo de la obra, Angélica Liddell se presenta como un vehículo de la tragedia y la provocación, hablando como si fuera la esencia de una presencia que desafía al propio destino. Con su intencionalidad de ser el baluarte de lo escénico contemporáneo, deja claro que existe una manipulación de la emoción, invitando a los espectadores a cuestionar la realidad de la vida y del arte. En sus propias palabras, ha insinuado que el silencio, como culminación de su trilogía, será el verdadero protagonista de su siguiente obra; sin embargo, el contenido y formas que cosechará siguen siendo un misterio.

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