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Recordando a Mónica: Reflexiones sobre el Raval y la Vida

by PREMIUM.CAT
dues dones caminant per un carrer amb l'equipatge i un camió darrere d'ells a la nit, amb un llum del carrer de la ciutat per sobre, Florence Engelbach, reflex de lents anamòrfiques, una foto d'estoc, accionisme vienès

Una mañana cualquiera en la ciudad

Bajo las escaleras de casa, una sensación de nerviosismo me recorre. Con el pelo todavía empapado y recogido, siento la frescura del aire en mi rostro. Mientras camino, levanto la cremallera de mi chaqueta, intentando protegerme del frío que me pincha la nariz. La calle Avinyó, en su silencio, parece un reflejo de mi inquietud.

Un breve encuentro con la realidad

Giro la esquina y veo a una mujer que limpia la acera frente a una tienda de maletas, sus zuecos de enfermera le quedan demasiado grandes. Llego al final de la calle Ferran, donde mis pasos resuenan en un ambiente casi desolado. Un camión de basura se desplaza lentamente por una Rambla que aguarda el día con un aire de desolación. La imagen del Liceu se presenta ante mí, imponente y majestuosa.

La Mónica del Raval

De repente, mis ojos se fijan en una figura familiar. Mónica, una mujer que he cruzado varias veces, me saluda con un cordial ‘Buenos días, niñita’. Su imagen es inconfundible: vestida con una chaqueta negra que imita la piel de un visón, un bañador rojo que desafía a las convenciones y una falda corta que expone sus piernas.

Un retrato inolvidable

Su figura, marcada por las lágrimas del tiempo, me inquieta. Con los dientes careciendo y un cigarro en la mano, se acerca con un ‘¿Estás bien?’. Apenas me permito un gesto de adiós, con la boca seca y el corazón palpitante. Camino hacia el metro, donde la angustia me envuelve. La soledad del andén me hace reflexionar sobre la vida en el barrio.

Recordando el pasado

La primera vez que vi a Mónica, no sabía quién era. En el pueblo, su presencia hubiera sido impensable. Su rutina consistía en esperar clientes frente al Liceu, con una actitud que combinaba la calma y la urgencia. Sus gestos, llenos de carisma, eran un reflejo de una vida vivida al margen de sus expectativas.

Un personaje singular

Con el paso del tiempo, me di cuenta de que Mónica no era como las demás. Su maquillaje, con una raya negra que acentuaba sus ojos azules, era una seña de identidad. Llevaba una corona de plástico que, pese a su simplicidad, despertaba en mí una ternura inesperada.

Reflexiones sobre el tiempo

Los años han pasado, y ahora vivo en la calle de la Riereta, rodeada de vecinos de diversos orígenes. Mónica ha desaparecido de mi vida, pero el recuerdo de aquellos encuentros me deja un sabor agridulce. Pensar en momentos compartidos, como una conversación y un chocolate deshecho con churros, es un deseo que me hace soñar.

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