Un decreto que marcó un antes y un después
El 31 de marzo de 1492, en plena efervescencia del renacimiento europeo, los monarcas Fernando II e Isabel I aprobaron un edicto que cambiaría radicalmente el paisaje cultural de la península ibérica. El Decreto de Alhambra, firmado en Granada, determinaba que los judíos debían decidir rápidamente su destino: convertirse al cristianismo o emprender un camino de exilio en un plazo de cuatro meses.
Las consecuencias de una decisión drástica
No cabe duda de que este edicto tuvo un impacto desigual a través de los distintos territorios de la Corona. En el caso de Castilla, la respuesta fue explosiva: cerca de 100.000 personas optaron por dejar atrás sus raíces, estableciéndose en diversas regiones del Mediterráneo y preservando elementos de la cultura judía, como el castellano medieval. Por el contrario, en la Corona catalanoaragonesa, menos de 20.000 judíos se encontraron obligados a abandonar los suyos el hogar, con sólo unos 8.000 huyendo de Catalunya.
El prestigio de las comunidades judeocatalanas
Las comunidades que se mantenían activas en Cataluña, conocidas como ‘katalanim’, contaban con un importante prestigio, con instituciones educativas reconocidas en Roma y Salónica. Sin embargo, siempre fueron percibidas como una minoría en el inmenso escenario del exilio catalán, que hacía eco de la rica historia judía en la península.
La población judía catalana: una realidad en cifras
En 1492 Cataluña presentaba un porcentaje notable de población judía, con un 15% de la población total. Aunque las estimaciones sobre la demografía de la época son complicadas de obtener, se calcula que unos 400.000 habitantes residían en la región. De éstos, los judíos habrían constituido una comunidad de aproximadamente 60.000 individuos. Este dato revela que, pese a la fuga de unos 8.000, una gran parte de la comunidad judeocatalana decidió aceptar el cristianismo, adopting apellidos cristianos entre ellos, aunque una minoría decidiera mantener viva la fe judía al anonimato.
Un legado que perdura
El Decreto de la Alhambra no sólo representa un capítulo trágico de la historia judía, sino que se convierte en un recordatorio de las consecuencias que las decisiones políticas pueden tener en las vidas de miles de personas. Más de cinco siglos después de estos acontecimientos dramáticos, el legado de estas comunidades todavía resuena, marcando la historia cultural y social de la península ibérica y dejando una profunda impronta en la identidad colectiva.