Una infancia entre montañas y espiritualidad
Durante mis años de entrenamiento, Montserrat era mi refugio, un lugar donde cada verano se convirtió en un viaje de descubrimiento. Las células cerca del monasterio se convirtieron en mi mundo, y con el tiempo, mis estadías se volvieron más cortas, pero no menos significativas. Mi padre, con una fe inquebrantable, vivió cada momento con una devoción que resonó con el sonido de las campanas. La vida en Montserrat siguió a un Ritornell tranquilo, una sinfonía de horas y trabajo.
Una comunidad singular entre la naturaleza
A pesar del aura monástica, nuestra existencia no fue monástica. Ese pequeño pueblo alrededor de la abadía, con sus tiendas y restaurantes, nos ofreció una sensación de libertad primitiva. A finales del siglo XX, Montserrat era un refugio para muchos vacacionistas que buscaban escapar del bullicio urbano. Todos los días, los turistas de todos los tipos inundaban las calles, creando una atmósfera que era al mismo tiempo meramente y vibrante.
La esencia de un verano lleno de aventura
Nuestra infancia estaba llena de rivalidades amistosas, enamoramiento inocente y pequeñas peleas, todo en un entorno de aventura constante. La montaña, ubicua, nos atrajo, y en nuestros momentos de libertad, subimos rocas y construimos cabañas en esquinas escondidas. Todavía recuerdo uno de nuestros cruces, cuando descubrimos una pared medio pintada, el resultado de una de nuestras experiencias artísticas espontáneas.
Conocimiento y sabiduría monástica
Montserrat no solo era una escena de ocio, sino también un centro de conocimiento. La relación con los monjes fue un regalo, y sus conversaciones sobre filosofía y espiritualidad nos enriquecieron profundamente. Cada visita al abad Cassià, con su amabilidad, fue un recordatorio del valor de la comunidad y la sabiduría compartida. Mis momentos con figuras como el padre Gregory Estrada o el padre Hilari Rager fueron verdaderas lecciones de vida.
Actividades y aprendizaje durante el verano
Las noches fueron una oportunidad para ayudar con las velas votivas o participar en diversas actividades, como las clases de catequesis con Joaquim Coll. Uno de nuestros proyectos más memorables fue la restauración de la Hermitage de Sant Joan, lo que nos permitió conectarnos con la historia del lugar mientras trabajamos en equipo. Aunque simple, esa tarea nos enseñó la importancia del compromiso y el esfuerzo colectivos.
Un legado que dura
Los veranos en Montserrat fueron mucho más que simples vacaciones; Eran una etapa formativa llena de momentos inolvidables y aprendizaje vital. Esa experiencia marcó mi vida, e incluso hoy, el recuerdo de las aventuras vivió y las conexiones hechas a las alturas de Montserrat persiste. Es un legado que cruza el tiempo, siempre recordándome la esencia de ese mundo espiritual y natural que fuimos tan bien recibidos.
