Un suceso inesperado cambia la vida de una familia

El retorno nocturno del hijo

Mi hijo regresó a casa bien avanzada la noche. Olía a alcohol, tenía los ojos rojos y un aspecto desencajado. Ambos sabíamos que llegaba tarde y que yo estaría esperándolo en el salón, despierto y ansioso, con el teléfono en la mano y la mirada fija en la puerta. Llegar tarde significaba romper nuestro acuerdo.

Una confesión sorprendente

Tan pronto puso un pie en el recibidor, antes de que pudiera decir algo, se arrodilló ante mí y comenzó a relatar con detalles exagerados que estuvo en un acantilado. ‘¿Qué hacías allí?’, le pregunté. Paseaba, y juraba haber visto una luz milagrosa. ‘¿Con quién?’, le volví a preguntar. Estaba solo. Mi hijo, entre sollozos y balbuceos, me hizo entender que había salido a caminar por el sendero y, al descansar entre unos arbustos, había presenciado una luz extraordinaria que transformó el entorno.

La visión fantástica

Me describió esa luz como algo indescriptible, que inundó el espacio y cambió la realidad, llevándolo a otra dimensión. ‘Era ya de noche, papá’, me decía, y esa iluminación parecía augurar la aparición de la Virgen. Me froté los ojos y me reí. Entendí que su narración lo había salvado del castigo.

La misión revelada

Al día siguiente, regresó al acantilado. Según él, la Virgen le prometió aparecerse tres veces más, con un mensaje claro: convertir el pueblo en un santuario para los necesitados. Durante las dos noches siguientes, volvió a la misma hora, sucio y oliendo a alcohol, con estigmas en las manos y una mirada perdida en el infinito. Me pedía que lo acompañara. Dudé, no por la luz o la Virgen, sino porque aceptar que mi hijo había perdido la cordura requería tiempo y paciencia.

El tercer día

Finalmente, el tercer día fui con él. Nos quedamos de pie en el acantilado, observando la nada. Hacía frío, y esperábamos en silencio. La noche se convirtió en madrugada, y la madrugada en un nublado amanecer. No había ninguna luz ni Virgen.

El impacto en el pueblo

El alcalde encargó primero un altar y luego un santuario. Mi hijo se mudó cerca del acantilado. Las camisetas y tazas conmemorativas empezaron a venderse, y comenzamos a cobrar entrada a los turistas. Nuestro pueblo se hizo popular en las rutas de los creyentes.

Consecuencias inesperadas

Le pedí a mi hijo que dejara de hablar del tema, pero esto iba en contra de los deseos de la Virgen. Pronto todo el pueblo lo sabía, y en pocos días la noticia se extendió en las redes sociales. Temía que se burlaran de él, pero ocurrió lo contrario. Al final del mes, los curiosos ya formaban colas en el acantilado.

El auge del turismo

Dos mujeres además aseguraban que una luz sanadora las había curado, y el pueblo se llenó de visitantes. El alcalde ordenó la construcción de un altar primero y luego un santuario. Mi hijo se fue a vivir cerca del acantilado y la economía mejoró gracias al turismo.

Hasta abrieron una fonda en el pueblo, y la gente estaba feliz. Al final, después de tanto esfuerzo, construimos nuestra vida y felicidad a través de una mentira, lo que en el fondo nos convirtió en una familia común y corriente.

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