Un viaje inesperado al desierto
La primera vez que me di cuenta de mi pérdida fue en un lugar inhóspito, rodeado de arena y sol. Mi teléfono había decidido rendirse, dejándome a merced de las dunas. Recordaba haber leído que la sombra podía ser un buen aliado en situaciones extremas, pero en ese momento, mi cuerpo parecía haberse convertido en un fantasma, invisible y sin referencias.
La estrategia de supervivencia
Desesperado, me topé con los restos de un camello. Con una de sus tibias, tracé una línea en la arena, recordando que la sombra se desplaza de sur a norte cuando el sol está en su punto más alto. Así, con la intuición como brújula, empecé a andar, dejando que las estrellas guinaran mi camino durante la noche, hasta que las primeras luces de la civilización aparecieron en el horizonte.
Una nueva realidad al volver a la ciudad
En el momento de llegar a la ciudad, justo cuando el sol empezaba a calentar el ambiente, me di cuenta de que mi sombra seguía ausente. Sin embargo, los demás parecían estar rodeados de un aura oscura que les seguía a cada paso. Me acerqué a un hombre que pasaba, quien me informó de la hora con una mirada curiosa, mientras su perro examinaba mis pantalones, como si quisiera confirmar que no era un espectro.
La búsqueda de una solución
Con la determinación de recuperar mi sombra, me dirigí a la ferretería local y adquirí un foco de LEDs. Ya en casa, me coloqué entre la luz y una pared desprovista de objetos, esperando ver mi silueta. Sólo pude ver las sombras de una mesa y una silla, mientras que la mía seguía siendo un misterio. Mi búsqueda de explicaciones en Internet resultó infructuosa, e incluso las respuestas de una inteligencia artificial me parecieron insatisfactorias.
Aceptar la ausencia
Después de una noche de reflexiones y cansancio, me desperté con la sensación de que tal vez mi sombra había decidido emprender un viaje por cuenta propia. Las preguntas sobre su desaparición me llevaron a considerar si iba a buscar ayuda o simplemente aceptar la nueva realidad. Después de deliberar, opté por integrar esa ausencia en mi vida cotidiana. Al fin y al cabo, la mayoría de la gente no se cuestiona su sombra, y quizás vivir sin ella no era tan terrible.
El regreso inesperado
Con el paso de los días, aprendí a convivir con esa peculiaridad. Había momentos en que incluso olvidaba que me faltaba algo. Hoy, sin embargo, en un giro del destino similar al de mi gata que regresó a casa después de largo tiempo, mi sombra ha decidido reaparecer. Me di cuenta al abrir la puerta, cuando la luz de la mañana la proyectó en la pared del recibidor, como si nunca se hubiera marchado.