Una reflexión sobre la identidad cristiana
Le dije: “No somos mejores. Los cristianos no somos mejores que tú.” “¿Entonces?”, replicó, “¿de qué sirve ser cristiano?” «No sirve de nada», dije.
Y es que me encuentro, a menudo, que cuando uno se mueve en la frontera —la Iglesia en salida— es incómodo para unos y otros. Unos te quieren meter en un lado de la frontera; y otros a la otra, indistintamente… porque necesitan clasificar, valorar, situar.
La coherencia de ser cristiano
Ser cristiano pertenece al «ser»; no puedo desprenderme. Y esto genera tensiones. ¿Hay una forma de ser profesor, hijo, padre, amigo… cristiana? Sí, pero no siempre es evidente ni me distingue de los demás. Hay excelentes personas, ejemplos de vida “cristiana” sin serlo y personas creyentes que, por los hechos, nunca lo dirías. Hay buenos y malos cristianos… o, dicho de otra forma, también los cristianos tenemos malos momentos.
La coherencia en el ejercicio de la profesión
Y un profesor (un profesional) cristiano, ¿qué es? Una persona coherente; como lo es un padre, hermano, amigo, artista, deportista… cristiano. La coherencia es un compromiso con uno mismo y con el otro y la fe una vivencia que nos da fuerza; un don.
El testimonio y la importancia de las acciones
El testimonio es silencioso, como las razones éticas que están detrás. Como en el famoso texto del evangelio de Mateo 25,31-46, que leo y releo a menudo; cuando en algún momento me entra la petulancia de creerme mejor persona, pero con una fe sin actos, incoherente con lo vulnerable, por el simple hecho de sentirme acompañado por Dios en la plenitud de la existencia; como un fariseo posmoderno.