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El carisma de consolar en la vida cristiana

by PREMIUM.CAT
una estàtua d'un home amb barba i un vers de la Bíblia al costat, amb una llum que brilla per la finestra, Dionisi, il·lustració, una pintura ultrafina detallada, lleterisme

Una misión fundamental

Tenemos esta misión de la que habla ya san Pablo y que a menudo olvidamos como un carisma fundamental en nuestra vida cristiana. **Consolar cómo nosotros somos consulados**.

Un llamado a vivirlo

Hace unos días que, por diferentes circunstancias que vivo a mi alrededor y con las personas a las que quiero, me siento llamada de alguna manera muy desgarradora a vivirlo. La vida de las personas que me rodean está llena de dolores de cabeza, de obstáculos, de dolor. Mis sufrimientos -provenientes de la edad, la vida, las carencias normales o «disminuciones» como diría Teilhard de Chardin- los encuentro bastante irrelevantes comparados con otros. O, el mismo hecho de vivirlos con Jesús y por Jesús hace que no sean para mí tan pesadas.

El consuelo que hace soportables las dificultades

A menudo -y yo diría que casi siempre- lo único que podemos hacer es estar al lado de la gente, amar, acompañar y, si cabe, **consolar con el consuelo que somos consulados nosotros**. Se trata de un consuelo que no soluciona ni mejora las cosas, pero las hace llevaderas a la luz de la fe y les da un tono incluso luminoso que va enriqueciéndonos sin que seamos conscientes de lo que se va produciendo en nosotros, aceptando con fe y con confianza lo que la vida comporta sin que podamos hacer nada para evitarlo.

La importancia de la presencia

Es el poder que tienen algunos gestos tan sencillos y aparentemente poco relevantes como sentarse junto a esa persona que sufre, escucharla, abrazarla si conviene, incorporar su dolor a tu vida, sin necesidad de dar explicaciones ni consejos … sólo “con la presencia y la figura” que mime el alma de lo que lo está pasando mal.

Ser humanista y cristiano

Todos lo necesitamos en un momento determinado de nuestra vida y quizás mucho más aquellos que piensan que no lo necesitan y que pueden salirse por sí mismos de las circunstancias más dolorosas y desgarradoras. Yo me repito a mí misma muy a menudo que se puede ser humanista sin ser cristiano, pero nunca podrá ser verdaderamente cristiano sin ser humanista. Por eso vivo y tengo siempre ante mis ojos en mi habitación, ante la mesa donde trabajo, aquellas palabras de Gaudium et spes de mi querido Concilio Vaticano II que viví muy de cerca en mi juventud: “Los gozos y las esperanzas, tristezas y angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón” (GS 1).

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