Una Mirada Diferente

Una Perspectiva Única

Él le dice que todo es un desastre. Y ella le responde que no estamos tan mal. Él, con los ojos abrumados, le rebate que haga el favor del mirar a su alrededor. «¿No lo ves?», le insiste, y ella observa y no sabe muy bien en qué debe fijarse. Si en el alcorque del árbol más cercano que es un herbazal de ramitas verdosas, suaves y flexibles, y florecillas que han crecido con la lluvia; si en los charcos, que encharcan el agua que nos salvará de la sequía; si en la luz intensa que blanquea las fachadas por un lado de la calle y dibujan en las persianas bajadas sombras en movimiento, como fantasmas diurnos; o en la marquesina de la parada del autobús que anuncia la instalación de contenedores inteligentes en un barrio de la ciudad. No sé qué tiene de inteligente un recipiente con tapa que se abre con una tarjeta y dónde se vierten bolsas de basura. Si la inteligencia es la capacidad humana de entender y comprender no sé porqué la menospreciamos tanto. Hay un coche rojo que aparca con cuatro intermitentes justo en frente de los contenedores que hay más abajo. El conductor baja, abre el portabultos y saca dos bolsas de basura que el contenedor inteligente no le permite verter. Arranca el motor haciendo chillar las ruedas. Suena una canción que conozco que se confunde con los tuits insistentes de pájaros invisibles, que no sé si cantan o ríen.

La Polifacética Realidad

Ella sabe que la realidad es poliédrica, que se puede mirar lo mismo y ver cosas distintas. Todos los objetos tienen a alguien que los hace de espejo y los interpreta. La coge de la mano y pasean por la calle de las persianas blancas, de las florecillas silvestres y de los charcos de agua, que él ve demasiado oscuro, demasiado sucio, demasiado poco. Para ella es espacio de continuidad vital –se ha hecho mayor yendo arriba y abajo. Para él es un tope, un lugar demasiado conocido, demasiado pisado –ha envejecido yendo arriba y abajo. No hablan. Sólo piensan. Ella le dice pulsándole la mano que no estamos siquiera ni tan mal, que sólo necesitamos un poco de esperanza, de confianza, saber que si caemos alguien nos sustentará. Él le explica, pulsándola con más fuerza, que no estamos tan cansados, que es el precio que hay que pagar por estar vivos, que quien vive y no se cansa no vive lo suficiente, o vive a medias, o lo hace ver, que puede ser huérfano y sentirse eternamente acompañado. La luz huye, el rato pasa, los pensamientos retroceden y, por suerte, se van. Hay que reunirlos, recogerlos, ordenarlos y amarlos a todos, los oscuros y los luminosos. No es bueno vivir insistentemente en el cerebro. Sin malos momentos no hay momentos buenos. Por eso cuando oscurece, me acurruco y espero que sea de día.

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