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Desencanto de los maestros: Una reflexión sobre la situación actual de la educación

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una fotografía en blanco y negro de un hombre con traje y corbata sonriendo a la cámara con un fondo blanco, Boris Vladimirski, Thierry Doizon, un retrato de personaje, les automatistes

Introducción

Estimados integrantes de la comunidad educativa, se ha hablado mucho (y también se ha escrito bastante) sobre la falta de motivación y de otros problemas más graves que afectan a la salud psíquica de los maestros en nuestra parte del mundo. Una mirada, aunque se trate de una mirada superficial, en nuestro sistema de enseñanza enseguida permite captar una situación bastante generalizada de malestar entre los profesionales de este ramo. La presión psicológica es muy grande y se encuentran una serie de handicaps importantes, que impiden un desarrollo normal de una de las profesiones más bellas que se puede ejercer.

El prestigio de los maestros

Para empezar, sin que por eso tenga que ocupar el primer puesto, podemos referirnos al prestigio de los maestros. La profesión está prestigiada de forma muy diferente, según países y culturas. Sería muy interesante cuadrar los buenos o malos resultados del sistema educativo con el prestigio que puedan tener los maestros en cada sitio. En Finlandia, en Corea del Sur o en Singapur, que siempre aparecen como referentes, ¿los maestros gozan de una situación más prestigiada socialmente que entre nosotros, o menos? ¿Qué cobran, en comparación con otras profesiones? ¿Qué incentivos tienen, los jóvenes, por querer dedicarse a ellos? ¿Qué nota de corte se pide para entrar a estudiar Magisterio, en cada uno de estos sitios?

La actitud de los padres y madres

El prestigio de la profesión, sin embargo, no depende sólo de cómo la trate la administración (aunque sí depende de ello en buena parte): depende también -y ese aspecto encuentro muy relevante- de cómo la traten los padres y las madres. Si en el contexto familiar, el maestro tiene prestigio, se valora su profesión, no se desautorizará su trabajo ante los niños, ni se tenderá a ponerlo en cuestión, ni -sobre todo- se dará la razón a los niños cuando éstos puedan entrar en conflicto con el docente. Si no se valora, todo se pondrá en cuestión y terminará, desgraciadamente, colgando de un hilo.

Cambios en la actitud de los alumnos

Ciertamente, la actitud de los adultos que tienen niños en relación con los maestros ha variado mucho a lo largo de los años. Conozco el caso de una profesora de secundaria, excelente directora de un instituto y profesional de valía más que reconocida que decidió dejar su cargo debido a la actitud de los padres. Me contaba que, a la hora de celebrar una fiesta de graduación en el centro, la colaboración había sido cada vez más escasa, la implicación cada vez más reducida, el individualismo cada vez más galopante, y que la gota que había derramado el vaso se había producido después de una de estas fiestas. Refería que, terminado el acto, el espacio ocupado por los padres y madres había quedado lleno de papeles por tierra, suciedad y desorden absoluto. El incivismo, desgraciadamente, se transmite de generación en generación, y difícilmente el sistema educativo podrá ayudar a subir alumnos con comportamientos cívicos con padres y madres que funcionen de esta forma.

El cambio de actitud de los alumnos

Asimismo, también ha cambiado la actitud de los alumnos. El buenismo imperante y la deriva impuesta por la secta pedagógica ha comportado un importante cambio de actitudes entre los alumnos. El maestro deja de ser una autoridad (en el sentido positivo del latín «auctoritas», que nada tiene que ver con el autoritarismo), y pasa a ser una especie de dinamizador, que, fundamentalmente, debe entretener al grupo y debe de contribuir a que todo el mundo se lo pase bien, muy por encima de ayudar a adquirir destrezas y, aún menos, conocimientos. No sea que la Educación pudiera funcionar como nivelador social y la sociedad casi estamental que estamos re-creando se fuera a hacer puñetas, en aras de una más ajustada al mérito ya la igualdad de oportunidades. Esto tampoco contribuye demasiado a facilitar el trabajo de quien se dedica a la enseñanza.

La burocracia

Y, por último, aunque no esté entre los achaques más pequeños, tenemos la burocracia. Donde antes se hacía un papel, ahora se cumplen cincuenta. Allí donde antes se ponía una nota numérica, ahora se desenvuelven media docena de ítems que deben desarrollarse uno por uno. Donde hasta ahora tomas unas notas mentales para hacer mejor la clase, ahora tienes que elaborar una rúbrica. La burocracia, poco a poco, va tapando el auténtico trabajo del maestro, que pasa por la reflexión, la lectura y la formación permanente (en lo que es competente, no en psicología barata).

Conclusión

Visto todo esto, no es raro que haya desencanto. Pero el desencanto sólo puede revertirse prestigiando la profesión, devolviendo la autoridad a los docentes, asegurándoles unas condiciones laborales adecuadas, aumentando el presupuesto de Educación y direccionándolo adecuadamente, trabajando para modificar la relación familias-escuela y reduciendo al máximo la burocracia. Sin todos estos factores, difícilmente puede contagiarse ilusión, del todo necesaria para la tarea de educar.

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