Misiva a los docentes sobre el Compromiso Hipocrático

Queridos docentes,

en un momento en que, desgraciadamente, hay una tendencia tan marcada a la interferencia, desde diferentes ámbitos, en su tarea, creo que es necesaria una reflexión sobre el marco moral en el que debe realizarse. La profesión de educador es demasiado noble, demasiado apasionante y demasiado relevante para que ciertas interferencias puedan tolerarse. Y también lo es demasiado porque no nos exigimos a realizar una reflexión sobre cuáles son los valores que deben dirigir la actividad educativa. En la labor de los docentes todo el mundo quiere participar: para empezar, las autoridades públicas, que, al menos en principio, la planifican. También quieren participar los padres y madres, a menudo con poco criterio ya veces sin fundamento alguno. Participan, constantemente, los políticos. Y los jueces. Y cualquiera que se acerque, por el lado que sea.

Todo esto limita extraordinariamente, a veces de forma determinante, el trabajo de los educadores. Y los profesionales de la Educación, empujados por tantas fuerzas que intentan actuar sobre el sistema educativo, a menudo se comportan como «cañas movidas por el viento», imitando la feliz expresión del poeta Josep Carner.

La necesidad de una ética para los educadores

Esto ocurre, en parte, porque no existe una ética clara que fundamente el trabajo de los educadores. Cómo la tienen, por ejemplo, los médicos. Recordamos algunas de las cosas que dice el Compromiso Hipocrático, que desde Hipócrates guía la actividad de los profesionales de la Medicina. Por ejemplo, «estableceré el régimen de los enfermos del modo que les sea más adecuado, según mis capacidades y mi conocimiento, evitando todo daño e injusticia». El médico, pues, debe hacer siempre lo que considere mejor para el enfermo, y debe prevalecerlo, según su entendimiento, incluso cuando choque con lo que establezcan las autoridades públicas o cuando no se avenga con lo que digan, pongamos por caso, los familiares del paciente. El entendimiento del médico, a partir de sus conocimientos de Medicina, está en lo más alto, a la hora de enfrentarse con la curación de una persona.

Un par de párrafos más adelante, en el propio Compromiso Hipocrático, leemos: «Cuando entre en casa no traeré otro propósito que el bien y la salud de los enfermos». Es decir, dejaré todo el ruido ambiente para centrarme en lo fundamental, en lo que constituye la esencia de mi profesión. Por eso, «mi vida la pasaré y ejerceré mi profesión con inocencia y pureza».

Desafortunadamente, los educadores no cuentan con nada parecido al Compromiso Hipocrático como guía para su profesión. Pero creo que, especialmente en esta etapa que ahora mismo transcurre, resultaría del todo necesario. Estamos en plena discusión sobre si los padres y madres deben poder o no determinar la educación de sus hijos, en cuestiones como la educación sexual, la educación en la igualdad de género, determinadas actividades extraescolares, o incluso en preservarlos de teorías demostradas científicamente (como la evolución de las especies -ante el creacionismo- o el calentamiento global -ante los negacionistas del cambio climático). La extrema derecha, a menudo con el apoyo de la derecha extrema, es partidaria de lo que llaman pin (o veto) parental, según el cual los padres deberían poder evitar que sus hijos recibieran determinadas enseñanzas. El veto parte, lógicamente, de la ideología de los progenitores, que, a su juicio, debe poder influir en la educación de los hijos.

La defensa del bien de los alumnos

¿Qué debe hacer, un educador, cuando la administración, la presión popular o de otras circunstancias ajenas a su tarea en el aula le impelen a hacer cosas distintas de lo que su entendimiento le dice que debe de hacer? ¿Los educadores de la región de Murcia, donde el gobierno es favorable al pin parental, deben entregar a sus alumnos de la educación sexual? ¿Deben preservarlos del conocimiento de las teorías de Darwin, si los padres son creacionistas? ¿Deben ocultarles determinadas opciones para que a los padres les repugnen? ¿O deben actuar «según su entendimiento» y hacer lo que encuentren que es más adecuado para sus alumnos, aunque esto choque frontalmente con la voluntad de sus progenitores?

Desde esta columna, quiero romper una lanza para que la profesión de los educadores, de los maestros, de los profesores, de los docentes, de los profesionales de la Educación cuente con algo parecido al Compromiso Hipocrático de los médicos, que establezca claramente que el educador actuará, según su entendimiento, siempre poniendo el bien de sus alumnos por encima de todo (incluyendo las disposiciones de la administración o la voluntad de los padres). Los buenos maestros, todo sea dicho de paso, lo han hecho siempre. Pero no siempre han podido hacerlo con la tranquilidad y con la seguridad necesarias. Puedo dar fe.

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