El pasado martes, el Congreso de los Diputados aprobó la reforma del artículo 49 de la Constitución, que establece que, a partir de ahora, la forma de referirse al grupo de personas con discapacidad, diversidad funcional u otras denominaciones similares , pasará de personas con discapacidad a personas con diversidad funcional. El término, de hecho, parece algo más respetuoso. Y cuarenta y cinco años después de haber aprobado la Constitución, no podemos hacer otra cosa que celebrar ese cambio en la nomenclatura de la etiqueta.
¿Qué implica ese cambio para el grupo en cuestión?
Pero, si vamos un poco más allá de la superficie, ¿qué supone realmente ese cambio para el grupo en cuestión? ¿Se adoptó alguna medida adicional? Me gustaría pensar que los diputados y diputadas conocen la realidad del sector social del que hablan: 70% de paro, superior al 80% en los casos de enfermedades mentales, y subiendo hasta el 95% para las personas con Síndrome de Down.
La doble discriminación de las mujeres con diversidad funcional
Las mujeres con diversidad funcional tienen un doble hándicap vital: mayores posibilidades de sufrir acoso laboral, sexual y maltrato en el seno de la pareja. Como ejemplo, en 2018, el 20% de las mujeres asesinadas por violencia de género, tenían algún tipo de diversidad funcional acreditada. Y es que, según un estudio del Parlamento Europeo, las mujeres con diversidad funcional tienen un riesgo cuatro veces mayor de recibir violencia de género que el resto de población femenina.
La importancia del lenguaje y la realidad
No seré yo quien niegue la importancia del lenguaje, o el uso de palabras adecuadas y precisas para describir y definir lo más cuidadosamente posible. Ni su posible potencial para iniciar transformaciones de realidades. Ahora bien, cuando nos encontramos ante una situación tan escandalosamente inaceptable, rodeada de hipocresía, marketing y mentiras, ver que se trata dicho cambio de nombre como algo relevante y con impacto real, resulta entre cómic, triste y engañoso por el conjunto de la sociedad, pero especialmente por el grupo afectado.
Un ejemplo vergonzoso: el ex diputado Echenique
Como anécdota vergonzosa, recordar que al exdiputado Pablo Echenique, que fue elegido en la cámara la pasada legislatura, no se le adaptó en ningún momento su asiento, para que pudiera ocuparlo dignamente con su silla de ruedas. Es decir, el Congreso no dio ejemplo, cuando tuvo la oportunidad en cuanto a inclusión, normalidad, ni accesibilidad como pretendía, supuestamente, el pasado martes. Y de eso hace dos días. Entonces, ¿qué se votó exactamente en el Congreso?