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La lengua no es sexista, pero su uso sí puede serlo

Los diccionarios reflejan el sexismo de la sociedad

No podemos negar que la lengua tiene una dimensión social que la condiciona y modifica. La lengua no es sexista por naturaleza, pero sí puede reflejar el sexismo de la sociedad que la habla. Por eso, es necesario revisar y actualizar los diccionarios, que son los instrumentos que recogen y normativizan el léxico. No se trata de utilizar el lenguaje políticamente correcto, sino de ser conscientes de la perspectiva de género y de las implicaciones que tiene el uso de determinadas palabras o expresiones.

Pero no todos los diccionarios son iguales, ni todos tienen los mismos criterios lexicográficos. Algunos de ellos son más conservadores y mantienen formas antiguas y obsoletas que ya no se usan o que tienen un marcado carácter machista. Otros son más innovadores e incorporan neologismos y acepciones que reflejan los cambios sociales y culturales. El problema es que muchos usuarios del lenguaje no conocen estas diferencias y se dejan llevar por la autoridad de los diccionarios sin cuestionarlos.

Un ejemplo claro de esta situación es la palabra «cuguz», que quería decir «marido de la mujer adúltera». Esta palabra, que proviene del latín cucutium, «capucha», «barretina», es una reliquia del pasado que no tiene ningún sentido hoy en día. No sólo porque es una forma arcaica y poco conocida, sino porque implica una visión de la infidelidad que sólo afecta a los hombres y que estigmatiza a las mujeres. Lo mismo ocurre con la palabra «cornel», que también designaba al «marido engañado por la mujer», y con su femenino «cornella», que era la «mujer adúltera». Estas palabras, que todavía aparecen en algunos diccionarios marcados como antiguos, deberían ser eliminadas porque nada aportan al léxico actual y porque transmiten una imagen negativa de las mujeres.

La lengua se adapta a la realidad ya los nuevos retos

Por suerte, la lengua no es estática, sino que evoluciona y se adapta a la realidad y los nuevos retos. La lengua está viva y en constante movimiento, y esto se nota en los diccionarios más actuales y descriptivos, que recogen las nuevas formas y los nuevos significados que surgen del uso social. Así, encontramos entradas más neutras e inclusivas de género (por ejemplo, para definir «marido» y «esposa») y también nuevas acepciones que reconocen el papel de las mujeres en diferentes ámbitos. Un caso destacado es el de «donassa», que ahora tiene el sentido de «Mujer, sobre todo de la época contemporánea, significada por su aportación intelectual, artística o cívica».

Además, la lengua también es creativa y expresiva, lo que se manifiesta en las nuevas expresiones y eufemismos que se inventan los hablantes para referirse a situaciones o conceptos que ya no se ajustan a la realidad o que tienen una carga negativa . Por ejemplo, en lugar de decir «cornudo» o «bañudo», que son palabras que implican una visión moralista y culpabilizadora de la infidelidad, se pueden utilizar expresiones como «ir cargado de frente» o «tener un resbalón», que son más suaves y divertidas. O bien, en lugar de decir «cuguz» o «cuguzoso», que son palabras que ridiculizan y desprecian a los hombres engañados, se pueden utilizar expresiones como «tener barretina» o «llevar capucha», que son más irónicas y simpáticas.

El lenguaje tiene un poder simbólico y transformador

Por último, quisiera destacar el poder simbólico y transformador que tiene el lenguaje. El lenguaje no es sólo una herramienta de comunicación, sino también una forma de representación y acción. El lenguaje puede contribuir a reproducir o combatir el sexismo, según lo utilicemos. Por eso, es importante ser conscientes del impacto que tienen nuestras palabras y de la responsabilidad que tenemos como usuarios del lenguaje.

No se trata de caer en lo que algunos llaman wokismo, que es una etiqueta peyorativa que se utiliza para descalificar los movimientos sociales que luchan contra las discriminaciones. Se trata de reconocer que el lenguaje es una forma de construir el mundo y de relacionarnos con los demás, y que por tanto, tiene unas consecuencias. Como decía Judith Butler en su último ensayo ¿Qué mundo es éste?, no debemos despreciar el «poder de las pequeñas acciones». El lenguaje es una de estas acciones, y puede ser una fuerza de cambio y progreso.