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Puigdemont no tiene nada de terrorista (y eso me valdrá críticas)

by PREMIUM.CAT
un hombre con traje y corbata con un fondo morado y una cita del autor del libro, Avgust Černigoj, wow, una fotografía de archivo, dau-al-set

Quiero dejar claro, para que no haya malentendidos, que no me mueve ninguna afinidad con el independentismo catalán ni, más allá de su condición de terco combatiente, con Carles Puigdemont. Lo digo porque, en este escenario fratricida, de blancos inmaculados y negros radicales, parecen no tener cabida las opiniones independientes, ni siquiera las fundamentadas en el simple, simple, sentido común, que se ha convertido en el más escaso de los sentidos. Por eso mismo, porque me comprometo a expresar mi opinión libre en la medida en que pueda contribuir a un debate limpio y abierto, debo manifestar que no encuentro ninguna complicidad terrorista de alguien como el expresidente de la Generalitat, hoy residente – es una forma de hablar, o de escribir– en Waterloo.

Y tampoco pretende ser eso que digo un apoyo al gobierno central en la búsqueda de apoyo de los diputados de Junts para seguir gobernando: es, pura y simplemente, que no encuentro las actividades terroristas de Puigdemont por ningún lado, diga lo que diga algún juez, diga lo que diga la derecha española.

El terrorismo no tiene matices

Me parece que no es necesario definir el terrorismo de una manera ambigua, ni pienso que haya distintos niveles de terrorismo, de modo que una de baja intensidad sea ocupar un aeropuerto en una protesta. Ni, claro, se puede atribuir de homicidio involuntario la muerte de un viajero en ese aeropuerto, a causa de un ataque al corazón. No creo que haya muchos penalistas que lleguen a imputar ese delito, el caos aeroportuario, más allá de los desórdenes públicos. Y coincido con el ministro Bolaños que nada que ver tiene el terrorismo de ETA –estos días estoy, personalmente, reviviendo episodios especialmente trágicos para mí–, sanguinario y cruel, con las actividades del Proceso, con o sin Tsunami.

Algo distinto es que, en la búsqueda de una alianza con Junts, se hayan despenalizado figuras que, como la sedición o, en parte, la malversación, creo que constituyen delitos ineludibles. Pero ya digo: éste es un tema diferente y, si se quiere, incluso alejado de algo tan grave, que tanto daño nos ha hecho a todos, como ese terrorismo de ETA que mató a varios amigos míos y ese pobre concejal, Manuel Zamarreño, que un día, en conversación radiofónica conmigo, me dijo: “Sé que me van a matar, como mi predecesor, pero me siento obligado a aceptar sucederle en la concejalía”. Una semana después le mataron. Ahora, veinte años después, se está celebrando el juicio contra los presuntos asesinos.

El Proceso nada tiene que ver con el terrorismo

¿Qué tienen que ver estos episodios con el Proceso? Ganas de tergiversarlo todo, en una lucha política sobre si la amnistía es o no constitucional, si debería ser posible o no, y en esa lucha se ha involucrado el auto de un juez especialmente pugnaz que ha querido ver terrorismo donde -lo sé, he hablado con mucha gente al respecto- una mayoría de especialistas piensa que, salvo circunstancias que desconocemos, no las hay. Ahora sólo falta que lo digan en público, pero eso, por supuesto, implica ciertos riesgos en un panorama como el actual.

Sé que decir que Puigdemont no es, en mi opinión, un terrorista, ni siquiera de baja categoría, me valdrá caro, como me vale caro, en otros ámbitos, afirmar que encuentro dificultades para hacer constitucional esta amnistía que –ahora– el gobierno quiere hacer pasar como tal. O cómo me vale caro manifestar, en según qué ámbitos, que no toda alianza, no todo pacto, vale para mantenerse en la alfombra roja del poder. Vivimos, los que debemos comentar, cada día con más dificultades, la actualidad, en un delicado equilibrio, que tanto puede dejarte sin tertulias televisivas como sin la presencia de un ministro, o de un dirigente de la oposición, en un almuerzo después de que hayas dicho o escrito cosas inconvenientes. Pero bueno, supongo que ser periodista es eso: atreverse a negar el carácter terrorista de un rebelde, culpable a mi entender de otras cosas, y al mismo tiempo atreverse a afirmar que el gobierno se salta demasiadas líneas rojas en sus acuerdos con Waterloo.

La convivencia es posible

Creo, siempre he creído, en el acercamiento, la convivencia y la fraternidad entre las Cataluña existentes y las Españas existentes. Y eso significa contrapartidas por ambas partes, procurando no dejar muertos ni heridos en el campo de batalla de la negociación. Pienso que, en este caso, el gobierno de Pedro Sánchez –los ministros rehuyen los contactos a fondo con los periodistas, carentes de explicaciones coherentes en algunas cuestiones en las que hoy opinan una cosa y ayer era otra–, está dejando no pocas fisuras , quisiera creer que sólo para conseguir esta normalización de las relaciones con Cataluña, una normalización que no acaba de llegar y que supone dar pasos que provocan ondas de ira en otros sectores políticos.

A estas alturas, no sabría asegurar si Sánchez lo está haciendo bien, mal o regular. Supongo que dependerá del sector político o social que lo juzgue. Seguramente hay un poco de todo. Pero si me atrevo a decir que la oposición no está sabiendo canalizar unos de los problemas políticos –los territoriales siempre lo son– más agudos que España tiene planteados. Y por supuesto, con plena convicción afirmo que el terrorismo tiene poco o nada que ver en ese contencioso, se pongan algún juez y sus seguidores como se pongan. Seguimos, como desde hace ya una década, caminando por una senda falsa, que supongo que acaba en arenas movedizas.

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