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L’enigmàtic viatge de la cama perduda: Un relat sobre la vida, la mort i l’absurd

by PREMIUM.CAT

La cama que va perdre un nom

En el pintoresc bar Cuéllar, on els parroquians s’assemblen cada vegada més a mariners d’una taverna, resideix un home anomenat Isidoro, a qui li falta una cama. Aquest simpàtic personatge ens va obsequiar amb una fascinant demostració de com funciona la seva cama ortopèdica, controlada per una aplicació que li permet córrer, caminar o mantenir-se ferm sense doblegar-se.

En aquell moment, em va envair un peculiar desig de posseir una cama similar. Però, al mateix temps, vaig recordar que no existeix un terme específic per a aquells que han perdut una cama. Els que han perdut un braç són mancos, pero els que han perdut una cama no només han perdut un membre, sinó que també han perdut un nom, lo qual és encara més dolorós. El terme ‘coix’ no és adequat, ja que qualsevol pot coixejar, fins i tot aquells que simplement porten uns zapatos incòmodes.

L’enterrament de la cama

Després de l’amputació de la cama d’Isidoro, va rebre la sorprenent notícia que havia d’enterrar-la oficialment. Aquest procediment no implicava cavar un agujero en un descampat, sinó un entierro formal. Si bé sabia que la pèrdua d’un familiar requeria contactar con una funeraria, desconocía que también era necesario hacerlo en el caso de la pèrdua de un miembro del cuerpo.

Reflexionando sobre ello, la lógica se hizo evidente: no se puede guardar una cama en la nevera junto a los yogures, no sea que un día tu esposa la confunda con carne de cordero y la sirva para cenar con patatas asadas. En ese caso, uno se volvería vegano de inmediato.

Con pesar, Isidoro lamentó el gasto de mil setecientos euros que le había supuesto el entierro de su pierna. Para animarlo, le sugerí que quizás le descontarían ese importe de su propio entierro. Al fin y al cabo, su pierna llevaría mucho tiempo descomponiéndose, por lo que sería justo no cobrarle por el entierro de todo su cuerpo cuando llegara su hora.

Tomándoselo con humor, le dije: ‘Tómalo como si te estuvieran enterrando a plazos, amigo. Hoy una pierna, mañana un brazo, y cuando te toque del todo, ya estará todo pagado’.

Pareció animarse un poco, aunque no mucho. Para evitar remover sus sentimientos, me abstuve de preguntarle si al entierro de su pierna había acudido mucha gente o solo sus seres más allegados, es decir, su otra pierna. También desconozco si imprimió recordatorios funerarios con un verso de algún poeta, pero espero que no, porque ninguna pierna, por mala que haya sido en vida, merece semejante castigo.

El valor de una pierna

Ahora que conozco el valor de una pierna amputada, quiero creer que en el hospital no se limitan a entregártela en una bolsa junto con el alta médica, la cartera y el reloj. Una pierna tiene sentimientos, y su antiguo dueño merece unas palabras de consuelo, aunque suenen a tópico: su pierna nunca se quejó, la recordaremos por su alegría, todas las enfermeras querían estar con ella, cosas así.

No debe faltar el sentimentalismo que asegure que a partir de ahora habrá una estrella más en el cielo, algo que se incluye en toda defunción.

Un dilema metafísico

Para los creyentes, la situación se complica, y no solo porque tendrán que celebrar una misa por esa pierna que nunca más volverá a caminar, con responso incluido, sino por cuestiones más metafísicas: ¿van las piernas al cielo, suponiendo que estén libres de pecado? ¿O esperan en el purgatorio hasta que llegue el resto del cuerpo? ¿Cuántas piernas esperan el juicio final en una situación, cuanto menos, incómoda? He aquí un tema que debería abordar sin demora el flamante obispo de Girona.

Sea como fuere, es por una pierna por lo que cobran pleno sentido las palabras ‘descanse en paz’.

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